Niños solidarios, adultos más humanos

La solidaridad no es un sentimiento superficial, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, el bien de todos y cada uno para que todos seamos realmente responsables de todos.

Aprender y enseñar a encontrar placer, entusiasmo y alegría en dar nuestro tiempo, nuestro esfuerzo y nuestros recursos para ayudar a otros debería ser una de las experiencias que tendríamos que cultivar con mayor frecuencia, pues si yo, tú, él, ella, ustedes y nosotros nos preocupamos por quien está a nuestro lado, por ayudarlos en sus necesidades y apoyarlos en las dificultades, no estaremos solos, ni perdidos, ni olvidados. Mejor aún, estaremos, en cualquier sitio, en vías de construir una mejor sociedad.

El lugar primero donde podemos comenzar a descubrir la maravilla de la solidaridad es en nuestra propia casa, en familia y hacerlo, de preferencia, desde pequeños, cuando aún somos como lienzos en blanco en los que podemos bordar con palabras de cariño el amor al prójimo. Como padres, es nuestra obligación dar a la sociedad seres de bien, productivos, útiles, compasivos, amorosos, responsables; es importante no olvidar que criamos a nuestros pequeños para el mundo, no para nosotros mismos.

¿Cómo hacerlo entonces?

Lo primero es enseñar con el ejemplo, no importa de qué estemos hablando; si queremos condicionar a nuestros hijos a un comportamiento, predicar con el ejemplo es siempre la mejor manera.

Involucrarlo en situaciones altruistas y recompensar su esfuerzo con palabras de aliento y muestras de agradecimiento.

Su ayuda es de gran importancia. Dejarle saber que su ayuda es de gran importancia, que gracias a su apoyo se logró el objetivo; hacerlo sentir importante lo animará a que desee repetir la experiencia.

La vida es un camino de ida y vuelta. Enseñarle que la vida es un camino de ida y vuelta y, por consiguiente, que es justo y necesario que hagamos algo por quien hizo algo por nosotros.

Enseñarles a compartir. Mostrarles lo genial que es disfrutar en compañía las cosas de la vida, y que lo importante son los momentos y las personas, no las cosas.

Formarle el hábito de donar. Donar no lo que sobra; sino que lo que falta a quienes tienen necesidad, ya se trate de alimentos, de juguetes, de ropa, de medicinas o de tiempo.